Por un día mejor.

Hoy me he levantado por partes. Primero se ha levantado mi miembro viril, del que nunca me he sentido orgulloso, pero sí que me he sentido apoyado por su presencia rígida y seria en todas las situaciones de faldas que puedo contar. A mis setenta y dos años, aun me sigue guardando las posturas, todo un campeón señoras, todo un campeón. Después de que él se levantara, se ha levantado mi cabezota, dandome el impulso para doblarme como una silla de madera vieja plegable hasta tener la postura para rotar hasta que mis pies toquen la alfombrilla del suelo, donde me esperan mis zapatillas de estar por casa que me regaló mi difunta esposa. Me he dirigido al cuarto de baño y he orinado en el lavabo, siempre me pareció más cómodo que el inodoro. Me he puesto la dentadura, he mirado al tipo del espejo con bigote, y decidí que sus pintas no me gustaban, la segunda vez que lo vi, presumía de un afeitado impecable y de un ozico sin pelos. Sí, acabé con la vida de mi bigote que llevaba desde que hice el servicio militar en Melilla, cuando aún los hombres tenían la oportunidad de serlos y demostrarlo con sus mostachos y su saber estar como buen español. Pero que os voy a contar, todo eso se perdió.La terraza presumía de enseñarme uno de los mejores días de primavera del año, un cielo lavado y limpio con el hoyuelo del sol justo en el centro. Encendí la radio, la televisión, es para los que necesitan ver para creer y sentarse para escuchar, y yo no tengo tiempo ni para ver todo lo que me cuentan y ni muchos menos me hace falta sentarme para escuchar. Así que mientras oía al viejo Frank Sinatra, me preparaba unas tostadas saladas con mantequilla de la buena, de la que se derrite tan solo con verla. Fui a la terraza a desayunar, con las tostadas, el café y una jarra de agua que compartí con los geranios que a tanto le gustaban charlar con mi mujer. Pero que a mí nunca me han dicho ni las gracias.Como mis movimientos felinos han ido transformándose en torpes y lentos, la hora del desayuno se me juntó con la hora de ir a comprar el almuerzo. Así que sin más, dejé la bandeja en la terraza y me coloqué en la percha el traje de hilo fino negro y mi sombrero, que me regaló un amigo poeta, que fue a Nueva York y se hizo cantante de musicales ahí en la gran ciudad. Murió de tanto fumar. Pero sé que vivió feliz, adentro del sombrero me escribió una nota preciosa, que jamás recordaré, la puse en el pantalón y mi mujer lo lavo y destiñó. Pero recuerdo que era unas palabras andaluzas, cálidas y llenas de una aceite que lubricó las boqueras de mis labios en una sonrisa de:

Me alegro por ti Zerafín.

Salí con el bastón, el traje como un guante y el sombrero como una corona. Me sentí un Jeque. Compré una Entrecot, me hice una ensalada con pistachos, pipas, pipas de girasol, semillas de amapolas, sémola, papas cocidas y para la carne una salsa de rapsoda de frutas del bosque, arándanos, moras y frambuesas. El médico me lo tiene prohibido, pero creo que eso ya da igual. Después de comer evité la siesta, no compensa el trabajo de acostar y levantarme para dormir.

Bajé al bar de Manolo que está justo enfrente del parque Santa María a tomarme un café bombon. Me cruce con Don Alfonso y me dijo:

-Qué buen ver tienes hoy, me alegro mucho por ti.

Me acerqué a él y le dije agarrándolo de los dos hombros:

-Desde que llegó el chico extranjero y puso su tienda. Me ha cambiando la vida.

-Eso dicen más de uno...El que cambia prismas de colores ¿no?...

-El mismo. Le di el mio, que estaba ya cansado de ver la vida como la veía. Y desde ahora la veo...Como una bonita narración de algún cuento que acaba de empezar.

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