Mañanas en Casa.

-Me encanta que me cojas del cuello cuando me besas. -Me dice con los ojos aún cerrados después del espumoso beso.

-¿Porqué? -Dije a dos milímetros de su nariz.

-Me siento como una de esas tazas de cereales grandes que coges para desayunar. En el último sorbo coges la taza con las dos manos y pones la boca con cuidado para comerte los poquitos copos de miel que quedan empapados en leche. Me hace gracia, lo haces de una forma...no sé... Especial.

-No sabías que te fijabas en esas cosas.-Menos mal que no me ve cuando bebo cerveza-pensé.

-Sí, lo hago.

-¿Por cierto hay miel en casa? -Solté una de mis sonrisas verdes.

-¿Y leche? -dijo ella levantado una ceja.

-La leche la llevo en dos bolsas debajo del pene. Por cierto ¿Te puedes vestir de copo de avena otro día?

-Qué gilipollas eres Eduardo.-Ríe.

-Ve a la cama que voy a la cocina por la miel que te voy comer como... Un francés. Con la boquita cerraita. Poquito a poco.

Se fue con una carcajada y los pies descalzos, chispeantes y bailarines hacia la cama todavía desecha.

Hacía unos minutos que nos habíamos despertado para desayunar. Miré mi barriga peluda y me alegré como nunca de ser gordito y de que no hubiera nada en la nevera más que la miel para el té de Marta y un par de bolsas de arroz.

-Aquí cabe mucha miel Eduardo. Pero que mucha miel. ¡Me encanta los Domingos!- Me dije a mi mismo mirando mi ombligo y su respectiva pelusa mientras frotaba mi barriga a modo de lámpara maravillosa.

Nunca antes había hecho estas mariconas de pasar cosas comestibles por el pandero de otra persona, siempre me ha parecido una falta de respeto por todos esos rumanos que se han partido los cuernos trabajando en la huerta. Eso de pasarse fresas por el ozico, cerezas por el culete, no me ha parecido bien... Pero Marta está para comérsela con lo que sea... Y habrá que desayunar ¿no?

Así nos fuimos de contentos, mi barriga y yo, a tomar un desayuno de campeones.

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