ME DESPIDO (fragmento de mi novela adaptada al blog)

Ella era del tipo de mujeres que comía con la boca cerrada y dejaba buena propina. Segura y correcta en cada mordisco que daba a la vida. Veinte años mayor que yo, más sabia, más perra vieja y virtuosa de su sexo. En su rostro se notaba que habían pasado varias comandas agridulces en su vida, pero el calco de su rostro seguía marcando la silueta y los razgos de una mujer atractiva, mala y morbosa. Unas arrugas que telegrafiaban una sonrisa envenenada que se filtraba en mi mente, advertían que tocarla podía ser mi último tango.

La conocí en el restaurante donde trabajé unos años. Siempre pedía un lasaña con queso parmesano por cada Lunes de cada semana. De beber, una copa de rosado y una botella de agua. Esperaba la cena con la lectura casi adictiva de los grandes como Alberti, Lorca, Cernuda y Atolaguirre. Se daba una pausa para comer, y solo cuando sonaba Sabina, cantaba para ella alguna frase en sotto-voce.

Me llamaba moviendo el dedo como una niñata chula y cachonda para quitarle el plato y la copa. Me pedía un café americano mientras que yo intentaba leer cuál verso leía. Fumaba LM mientras esperaba el amargor del café. Los versos de aquella noche eran: "Hace falta estar ciego, tener como metidas en los ojos raspaduras de vidrio, cal viva arena hirviendo, para no ver la luz que salta en nuestros actos, que ilumina por dentro nuestra lengua, nuestra diaria palabra". Hoy era Lunes de Alberti sin ninguna duda.

Una noche de lluvia, un cielo encapotado por unas acuarelas oscuras, provocó nuestro encuentro fuera del salón del restaurante. Ambos salimos del local casi a la vez; la señora de cenar y yo de trabajar. A ella, como a las brujas, el agua no fue de su agrado. Me pidió que la llevará a casa, que no tenía ni coche ni paraguas. Sacó del monedero unos cuantos billetes imposible de rechazar. Esa noche hice de taxista. Las vente siguientes de amante.(...)

Recuerdo la última noche que pasé a su lado como si fuera ayer, ella me ofrecía beber de sus pezones borgoña. Yo, tragaba mientras la desvestía dejándole las botas. La habitación estaba teñida de un azul marino, recuerdo que era una noche de luna clara, y a la luna, se le antojó ese color. A la señora le gustaba follar solo de noche. Le encantaba que le dijera obscenidades en el oído con delicados oreos, que respondía con los arabescos que formaban los dedos de sus pies. Casi como un ser eléctrico mamaba de mi pene salomónico, que después empapado, la atravesaba repetidas veces calentando cada gota de sangre de sus labios. Zumbaban sus caderas vibrantes mojando su flor encima de mis semillas. Pero siempre gustó de mi cuerpo encima.

En esta postura estabamos en paz con la sabiduría del universo, el fluir y afluir de toda las cosas. Cuando sus piernas ondulaban y masticaba su propia saliva, sabía que el placer llegaba, y en ese momento dejaba que mi espuma le brotará desde adentro.

Me gustaba separarle las rodillas y lamerle los muslos esperando a que se vaciara de nuevo, se vaciara de mí. Una vez limpia me tumbaba a su lado y la marcaba con unos besos en el cuello, beneficiosos como la valeriana pura. Los dos en silencio parecíamos los supervivientes de un remolino de agua. Empapados y casi ahogados.

Con los ojos hinchados, drogada por las endorfinas rompió el vacío:

-¿Niño, porqué no dejas lo de escribir?. Y dejas el restaurante. Podría decirle a mi marido, que eres un amigo de mi hijo... Podría hacer algo para que te...

-Me gusta escribir, quiero seguir escribiendo. Me parece extraño que una persona como tú, me diga eso.

-Niño a la gente le gusta, ama, la poesía. Pero nadie quiere la vida de un poeta.

Cogí mis pantalones rotos y me fui con los labios cosidos pensando en sus palabras.

Así me despedí. Jamás a la Luna se le antojó de nuevo ese color. Jamás recibí un bote tan generoso y jamás volví a bailar.(...)

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